El Fondo pide tres cosas: orden fiscal, acuerdo político y régimen monetario

El plan de Milei ingresa en semanas decisivas. Baja la inflación de alimentos pero se postergan ajustes de tarifas. El dólar se atrasa y es una incógnita cuánto liquidará el campo. El mercado empieza a impacientarse por la continuidad del cepo, que traba la posibilidad de activar proyectos mineros y otras inversiones que exigen libre repatriación de dividendos en dólares. La dolarización está descartada, pero seguimos sin plan monetario. Y así.

Por eso, esta semana llega al país el chileno Rodrigo Valdés, el técnico del FMI encargado de supervisar el caso argentino. Caputo quiere cerrar un acuerdo que le permita acceder a 10 mil millones de dólares. Sería un nuevo programa para reemplazar el mal acuerdo que cerró Martín Guzmán y heredó -a disgusto- Sergio Massa.

Esto no implica recibir de una vez los 10 mil o 15 mil millones de dólares que pretende Caputo. Esa cifra se repartiría en desembolsos contra cumplimiento de metas y se debería usar para pagarle al organismo. La diferencia con la situación actual es que cada desembolso dejaría en caja un saldo positivo. Hoy hay que apelar a recursos propios para cubrir lo que falta de los desembolsos.

Para decirlo claro: el nuevo acuerdo no aportaría los dólares para dolarizar o intentar una nueva Convertibilidad. «Por un montón de razones, el FMI no puede ser quien aporte los dólares para que la Argentina dolarice», explica un economista con varias negociaciones con el organismo en la espalda.

El acuerdo podría llegar a mitad de año junto con algún tipo de liberación del cepo, por lo menos para adelante. Y en ese momento lo más probable hoy es que se vaya a una régimen de flotación sucia. Nada nuevo, pero sorprendente en la bienvenida heterodoxia de Milei y Caputo. Parece que ni los leones se salvan del teorema de Baglini.

El FMI no está dispuesto a entregar dólares para una dolarización de la Argentina. Por eso, ahora en el Palacio de Hacienda ya empezaron a hablar de ir como primer paso a un régimen de flotación sucia, cuando se levante el cepo. Una idea muy tradicional que ya aplicaron varios gobiernos. Parece que ni los leones se salvan del teorema de Baglini.

El Fondo pide tres cosas: orden fiscal, acuerdo político y régimen monetario. La primera esta bien, la segunda tirando a mal y la tercera no existe. Nunca fue el fuerte de Caputo. «Si Caputo quiere un nuevo acuerdo alguien tendrá que elaborar el plan monetario y además le van a pedir que lo hagan público y lo comuniquen con claridad», agregó el economista consultado.

En Economía no descartan mantener el impuesto país aunque levanten el cepo. ¿La razón?: Ya representa el 8% de la recaudación y su eliminación obligaría a ajustar entre 1,5 y 2 puntos del PBI. Imposible. Su continuidad es distorsiva y atenta contra la industria, pero peor es volar por el aire la única ancla seria del programa: el freno a la emisión para financiar el gasto.

Caputo firmó con el FMI una side letter en la que se compromete a eliminarlo. Y varios países miembros del organismo ya avisaron que preparan un panel contra la Argentina en la OMC por ese tributo, al que consideran una barrera arancelaria. Pero el ministro tiene una salida: el impuesto vence a fin de año y podría tratar de negociar con el Fondo que le permita estirarlo hasta esa fecha, con la ilusión que para entonces la economía haya rebotado y se recupere la recaudación.

La inflación viene bajando y Caputo se niega a reavivarla con otra devaluación. Cree que el campo va a liquidar igual y si se resisten, quienes hablan con el ministro no descartan que modifique el actual blend del dólar soja y les pase del 20% al 30% el porcentaje de contado con liqui. «Eso no es nada», afirma un hombre que lleva las cuentas del sector.

El otro tema es que pese a bajar la inflación sigue en dos dígitos y, con el dólar clavado, no sería extraño que el FMI antes de soltar más fondos, pida lo que pide siempre: otra devaluación. Y todavía faltan nuevas subas de la luz y las postergadas del gas y del transporte. Eso es la macro.

En la vida real, la pobreza se acelera con una velocidad nunca vista. En la Ciudad de Buenos Aires, que gobierna el aliado Jorge Macri y es uno de los distritos más ricos del país, afirman que nunca en los últimos 16 años vieron una suba de la pobreza como la de los últimos dos meses.

Milei frenó los pagos a los comedores y licuó buena parte del gasto social, además de las jubilaciones y los sueldos del Estado. También paró a cero la obra pública. Eso es prender una fábrica de pobres. En el Movimiento Evita creen que es inevitable un estallido social.

El Presidente parece considerar más peligrosa una corrida financiera que una corrida social. Le dan una valor superior a la estabilidad, un altar ante el que hay que sacrificar todo: empleo, poder adquisitivo, crecimiento. Todo indica que trabajan bajo la hipótesis que la gente está dispuesta a ser más pobre si se termina la inflación. Después de décadas de inestabilidad económica, pueden no estar equivocados.

Las encuestas siguen ubicando su imagen positiva entre los 43 y los 50 puntos. Y en la calle se siente tanta angustia como un abnegado respaldo al Presidente. Enfrente no hay nada. El peronismo y Juntos están perdidos en sus laberintos, que no vale la pena desmenuzar.

Milei no transita por una calle poceada, se desliza por un sendero de alta montaña de ripio y barro resbaladizo. Avanza sin mirar a los costados, mientras muerde márgenes de tolerancia social. Sin red política, es como una blitzkrieg de una sola línea. No puede chocar, atrás no hay nada.